Me veo claramente
en los rincones diminutos
del inmenso distante instante
colmado de ansiedades… me veo claramente.
Más a fuerza que de ganas abordé el camión que me llevó de Tlalnepantla hacia Atizapán, dispuesto a demostrarle a mi hermana que yo, para la docencia, no servía. Ella me recomendó para que diera clases de redacción en una escuela particular, entonces, de reciente creación. Dicha idea, surgió de una charla de sobremesa, donde discutíamos en familia en torno al deficiente nivel educativo del país. Ese sábado tomamos más café que en funeral; mis argumentos definían a un sistema educativo carente de dirección al que según yo, lo único que le faltaba era ponerle “orejas de burro” al secretario de educación (Zedillo, entonces) por su deficiente participación como encargado del despacho. Por aquellas fechas (1993) estaba más o menos enterado de ese y otros asuntos porque, trabajaba con empeño en un proceso de investigación, preparando mi tesis profesional: “Hacia un mejor aprovechamiento de la información noticiosa”.
A mis 24 años cumplidos todo me parecía poco y andaba metido en cuanto evento socioeconómico, político y cultural se presentaba. Por eso, me parecía que tenía cierta autoridad para verter mis opiniones y en aquella ocasión, (me refiero a la citada charla de sobremesa) sentía que la razón me sobraba.
- No es tan fácil estar frente a un grupo de estudiantes. Decía mi hermana, quien a pesar de contar con poca experiencia como docente frente a grupo, sabía perfectamente de lo que hablaba.
- Eso no lo dudo, creo que se requiere de vocación. Le contesté.
- Creo que tú la tienes…
- ¿Qué?
- Vocación para enseñar.
- No lo creo. (Atajé), …aunque tampoco negaré que si me gustaría...
La charla terminó como la mayor parte de las sobremesas, con el mundo resuelto en los “hubiera” y en los “sería”, sin más por hacer que volver a la realidad.
Apenas unos días después, mi madre me dio un recado escrito por mi hermana: “… preséntate cuanto antes con la maestra Mariana en la escuela “X” en la dirección “X”, parece ser que hay una oportunidad para impartir clases de redacción… te dejó el número de teléfono para que te comuniques; por si te interesa”.
Recientemente había terminado una experiencia de trabajo en Canal 11, estaba semidesempleado y no tenía nada que perder. Así es que, lo consideré solamente (creo ahora) para quitarle la idea a mi hermana de que yo pudiera dedicarme a dar clases. Al otro día me comuniqué por teléfono con la maestra Mariana.
-“… en la esquina de la panadería, ahí lo espero”.
Recuerdo haberle dado ciertos rasgos físicos, llevar un libro en la mano y prometí ser puntual. Actualmente, Atizapán no es en nada parecido a lo que era entonces. Llegar, resultó muy sencillo, pues había solamente una ruta de transporte colectivo y como vulgarmente se dice “no había pierde” la panadería de referencia era la única que hacía esquina con la avenida que conduce al centro del municipio. Aún con todo, me mantuve atento para no pasar de largo y bajar justo en el lugar de la cita.
Creo que sirvió bastante la referencia de dar la finta de letrado, porque apenas pasaron cinco minutos, no más, cuando una señora de buen porte y entrada en años, me llamó por mi nombre y yo, le conteste de igual forma, solo que antepuse el obligado título de “maestra”.
De inmediato me señaló el camino hacia “la escuela”; en realidad se trataba de un local ubicado en el segundo piso de un pequeño conjunto de comercios, la mayoría de ellos desocupados. Al subir por la escalera, justamente en el descanso, podía leerse en la pared: ACADEMIA. Auxiliar Técnico en Puericultura.
- ¿… en qué? Mi ignorancia se nutría. Por supuesto no manifesté señal alguna de mi desconocimiento sobre el arte anunciado. Al llegar al cancel, adaptado como fachada del lugar, en un gran vidrio se leía la misma leyenda que habitaba en la pared. Entonces, mi ansiedad creció.
- Me dijo Judith que no tienes trabajo. Aseguró, mientras señalaba una silla que se encontraba frente a un escritorio metálico.
- Estoy ocupado en mi tesis. Dije orgulloso.
Era un local grande, dividido por un muro falso. Al otro lado se podía llegar abriendo una puerta de madera recién barnizada.
- Algo así me comentó tu hermana… y ¿qué te parece? Mira, se trata de dos grupos de chicas que estudian para Auxiliar Técnico en Pue-ri-cul-tu-ra, (otra vez la palabrita), educadoras de preescolar.
- ¡…Si, claro…! (la verdad es que la aclaración final resultó ser un verdadero salvavidas)
- … y lo que necesito es que me apoyes con algunas clases de lectura y redacción. ¿Qué te parece? Nada complicado.
- … bien, suena bien… dije en automático.
- Perfecto, entonces ahora que termine la clase que están tomando te presento con las niñas. Como te dije solamente tengo dos grupos y…
Francamente no recuerdo bien qué más me dijo, ya era un hecho que daría clases de lectura y redacción a un par de grupos de jovencitas. Sin experiencia alguna frente a grupo y con el compromiso de no quedar mal con quiensabequé recomendación de mi hermana.
Lo que con toda honestidad quiero compartir como experiencia, como mi primer experiencia frente a un grupo, es la sensación indefinida entre angustia y compromiso, entre alegría y tensón, al observar el parpadeo constante de un grupo de chicas no mayores de quince años que atendían silenciosamente a la maestra presentándome como su maestro de Lectura y Redacción.
Quise compartir este distante instante
porque ahora, todavía,
…me veo claramente.
domingo, 11 de octubre de 2009
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sinceramente estoy sorprendida de la historia me agrada que aun este dando clases , se que no es fácil estar frente a un grupo de chicos ya que cada vez van siendo diferentes las generaciones y dudo que se puedan tratar de la misma manera que el anterior , sabe estoy muy orgullosa de usted , jamás se da por vencido buscando nuevas estrategias de aprendizaje , tal vez funcionen tal vez no pero esas estrategias darán aprendizajes los cuales se podrán utilizarse para mejorar como docente .
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